jueves, 5 de enero de 2017

Pues tengo un blog desde hace seis años, o eso parece.

Pues sí. 2010. Trece añicos tenía yo por aquel entonces. No me acuerdo de nada de aquella época, y sinceramente, no quiero acordarme. Dentro de diez días cumpliré veinte años.

Veinte revoluciones que ha recorrido la Tierra alrededor de esa estrella que conocemos como el Astro Rey.
¿Y qué ha pasado en mi vida durante todo este tiempo? Lo primero, me olvidé de este blog. No sin razón, entré en una depresión con catorce o quince años por una razón desconocida entonces. Después de unos dos años de "tratamiento" por parte de psicólogxs, psiquiatras y demás personas dotadas de una mayor inteligencia a la mía (o eso se me hacía creer), me intenté suicidar. Quién sabe, puede que lo hiciese por llamar la atención, yo no me acuerdo. Lo siguiente a eso fue mi primer ingreso en una institución psiquiátrica, la Unidad de Adolescentes del Hospital Gregorio Marañón de Madrid.

Nadie en mi corta vida podría haberme preparado para lo que me esperaba allí.

Allí conocí a las mejores personas que ha habido en mi vida. Y no precisamente lxs profesionales que simplemente realizaban su trabajo allí, sino aquella gente considerada "loca" por la sociedad.

Para resumir bastante la experiencia: en el mes y medio que estuve ingresado se condensó una adolescencia entera. Tan simple (o tan complicado) como eso. Hice amistades que me entendían emocionalmente, di mi primer "beso", cogí de la mano a alguien por primera vez, y me enamoré de aquella persona. Sigo recordando aquello como si fuese ayer.

Después de eso ingresé otra vez, otro intento suicida, aunque esta vez reconozco que fue una mera petición de ayuda. Conocí a alguna que otra persona interesante, entablé amistades que duraron pocos meses.

Tras esto siguieron casi dos años de depresión, desánimo, y sueño. Dejé los estudios, los cuales no he continuado aún. Me encerré en mi habitación, acumulando cachivaches y soledad.

Aunque no siempre era así.

De vez en cuando, aquella persona que me dio la mano en el hospital, aquella persona que me hizo descubrir el amor me hacía salir a la calle, admirar el mundo. Pero sobre todo yo la admiraba a ella.

Algún día a principios de 2015, me compré una cámara instantánea. Poco sabía entonces el significado que adquiriría aquella cámara, y menos aún el que adquirirían sus fotografías.

Esa cámara ha capturado momentos que -si bien yo tampoco hubiese olvidado sin el recordatorio que presentan esas imágenes- marcaron un antes y un después en mi vida.
La primera foto, y la mayoría de las fotos que con más aprecio guardo, son de aquella persona.
Los químicos que transforman los negativos fotográficos en recuerdos visibles han desempeñado mucho mejor la tarea de plasmar aquellos momentos que mi cerebro, si bien mi cerebro ha guardado la interpretación subjetiva de aquellos momentos mucho mejor que una simple solución cáustica enclaustrada entre capas de una fotografía.

Tras un año de romanticismo velado, metidas de pata por parte de un servidor y primeras veces, aquella persona consiguió pareja.
No fui yo.

¿Y a dónde quiero llegar con todo esto?
Mucha ñoñería, mucho drama y demás cosas que podrían convertirse perfectamente en literatura de autobús y su consecuente adaptación cinematográfica, pero ¿De verdad tiene sentido este artículo?

No. Al menos no para mí. Puede que el lector le dé alguno, eso queda a su gusto. Yo simplemente quería plasmar estos años en algún medio que no se deteriorase por pura acción biológica. Si bien esto no es una hoja de papel, creo que me conformo con ocupar algunos bytes en un servidor de vaya Dios a saber dónde.